Caminos alternos a la enseñanza

La importancia de no tener siempre la razón

En el proceso de crianza de los hijos podemos encontrar siempre encuentros en los que se crean discusiones. En estos encuentros es de suma importancia cuidar las palabras y discutir de forma buena, esta es, según la psicología, discutir siempre de manera que todos los integrantes de una discusión terminen aprendiendo algo de ella.

Por esta razón es que el momento de discutir, es en el momento en que los niños y jóvenes más aprenden, puesto que imitan las maneras de discutir de sus padres y también tienen la posibilidad de adoptar nuevas opiniones, conocer diferentes puntos de vista y aceptarlos. Aprenden a tolerar, a tener empatía y a respetar.

“Tener la razón en una discusión hace que nuestra autoestima salga reforzada y por eso nos gusta tanto”, explica un artículo de la revista Refugio del Alma sobre las consecuencias que pueden sufrir las personas que necesitan tener siempre la razón, pues estas personas generalmente son personas con un ego muy alto falta de empatía.

Las consecuencias que pueden sufrir las personas que necesitan siempre tener la razón de las que habla el artículo de la revista Refugio del Alma son cuatro. Desde alejarse de los demás hasta un impedimento para aprender, estas consecuencias afectan la vida de las personas que siempre quieren tener la última palabra.

Querer tener siempre la razón te aleja de los demás, pues ya que el hombre es un ser social y necesita relacionarse con los demás, debe entender la diversidad de las personas, que todos tienen opiniones diferentes y respetar esto, pues si una persona se empeña solo en tener la razón, lo único que conseguirá será desacreditar a los demás, herirles y alejarlos, explica el artículo.

Querer tener siempre la razón nos cierra la mente. “Tener una mente abierta es una cualidad que puede acercarnos hacia el éxito”, dice el artículo. Alejarnos de la necesidad de tener siempre la razón nos da la oportunidad de plantearnos nuevas ideas, investigar nuevos horizontes y descubrir cosas que nadie había pensado. Sin embargo, si nos aferramos a nuestras ideas y levantamos un muro alrededor no conseguiremos ver más allá.

Todas estas consecuencias se deben hablar y enseñarlos a los hijos, enseñarles que en el mundo hay miles de puntos de vista, que no solo existe una realidad; pero no solo debemos hablar con nuestros hijos, debemos pensar en esto y replantearnos nuestra realidad, como adultos y como padres. Pues tal vez somos una de estas personas que no saben discutir, que siempre quieren tener la razón y estamos alejándonos de nuestros seres queridos.

La tercera consecuencia de querer tener siempre la razón es que esto acaba con nuestra salud mental. Como lo mencionamos anteriormente, según el artículo de la revista, una de las consecuencias es el alejamiento de los seres queridos, este alejamiento causará soledad y por ende un daño en la salud mental. Una persona que quiere estar siempre en lo cierto pensará de manera radical y esto debemos enseñárselo a nuestros hijos, pues vale la pena comenzar a entender las opiniones de los demás, y esta también será una forma de apostar y de cuidar de ellos.

Por último, querer tener siempre la razón te impide aprender, “aunque dicen que la curiosidad mató al gato, lo cierto es que la falta de la misma mata la inteligencia”, explica el artículo. Solo las personas curiosas sienten necesidad de aprender cosas nuevas, debemos animar a nuestros hijos a ser esas personas que quieren siempre sacar algo bueno de una discusión, así sea con sus padres, sino dejaremos de aprender e incluso perderemos nuestra esencia más pura.

Una buena idea para enseñarle a nuestros hijos y aprender nosotros a tener discusiones didácticas y que nos enseñen es la que propone el psicólogo Edward De Bono, llamada “Los seis sombreros para pensar”, esta consiste designar un sombrero para cada aspecto que se deba pensar frente a un problema, así al momento de discutir se entenderá desde qué sombrero parte el problema y cómo lo podríamos solucionar con nuestros hijos.

  • Sombrero blanco: para pensar de manera más objetiva y neutral posible.

“Imagine un ordenador que da los hechos y las cifras que se le piden. Neutral y   objetivo. No hace interpretaciones ni da opiniones. Cuando usa el sombrero blanco, el pensamiento debería imitar al ordenador” explica Edward de Bono. Así se lo podemos explicar a nuestros hijos.

  • Sombrero rojo: para expresar nuestros sentimientos, sin necesidad de justificación. Podemos ver los problemas utilizando la intuición, la reacción interior, y la emoción
  • Sombrero negro: para ser críticos de una manera negativa y pensar por qué algo no podría salir bien.
  • Sombrero amarillo: al contrario que el sombrero negro, con este se intenta buscar los aspectos positivos sobre un determinado aspecto.
  • Sombrero verde: abre las posibilidades creativas y está íntimamente relacionado con su idea de pensamiento lateral o divergente. Aquí es cuando podemos desarrollar soluciones creativas a un problema.
  • Sombrero azul: es el que controla al resto de sombreros; controla los tiempos y el orden de los mismos
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Juliana Loaiza

Comunicadora Social y Periodista

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